Por Martha
Huallpa
Esta semana se
recordó el día del padre, las y los comerciantes invadieron las calles y las
puertas de los colegios para vender todo
tipo de artículos, tarjetas, golosinas, agendas, corbatas, etc.
En la ciudad
he visto a los y las estudiantes comprando cualquier regalo a sus padres; también
en sus colegios han organizado las famosas horas cívicas, con bailes, poesía y
otros. La mayoría de los papás que trabajan en entidades públicas han tenido medio
día libre y algunos han ido a los colegios para ser agasajados.
En el área
rural las cosas son muy distintas, pero igual se celebra el día del padre.
Cuando yo estaba en el colegio también organizábamos la hora cívica. Faltando
una semana, preparábamos flores de papel lustroso de diferentes colores,
cortábamos cartulina y adornábamos con dibujos coloreados las tarjetas. Ese era
nuestro regalo, hecho con nuestras propias manos y con mucho cariño.
Pero los
hijos e hijas sabíamos que nuestros papás no irían al colegio a celebrar ese
día, porque se quedaban a trabajar en la chacra. Ellos decían que era una
pérdida de tiempo ir a esas cosas y que esas horas podían aprovecharlas para
trabajar.
En mi casa,
yo me acuerdo que carneábamos un cordero y mi mamá lo cocinaba como t’imphu en
la noche, ese era el plato que le gustaba a mi papá y lo compartíamos en
familia.
Ahora ya no
tengo a mi padre, pero recuerdo que ese día lo pasábamos con alegría. Cada
quien celebra a su padre como puede, pero a los buenos papás no solo deberíamos
demostrarles nuestro cariño un día, sino siempre, porque cuando nos faltan nos
llega la nostalgia de no tenerlos a nuestro lado.
Sabemos que hay
muchísimos padres irresponsables, pero este editorial es para los buenos papás,
aquellos que no pensaron en festejos por darles lo mejor a sus hijos e hijas; para
papás como el mío, que siempre demostró con hechos el amor que me tenía.
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