Por Martha Huallpa
El 12 de febrero de este año la contraloría hizo
público el daño económico de 71 millones de bolivianos que se cometió en el
Fondo de Desarrollo Indígena Originario Campesino. La responsabilidad recayó en
la señora, en ese entonces candidata a la gobernación, Felipa Huanca, dirigenta
de la organización Bartolina Sisa, quien no pudo negar las acusaciones por las
evidencias en su contra, quedando frente a la sociedad como una mujer corrupta.
Todo este escándalo de corrupción ha significado
que mucha gente tenga una mala imagen de las mujeres de pollera, que ahora en
las calles, somos miradas con recelo, como si todas nosotras hubiéramos
cometido la falta.
El vestirnos de pollera y aguayo no significa que seamos gente
corrupta, tampoco lo es el pertenecer a una organización indígena, los errores
deben ser asumidos y visibilizados solo en y por la persona que los cometió, o
acaso cuando vemos a un señor de terno y corbata pensamos que está involucrado
con actos de corrupción como ha sucedido con muchos de los políticos de nuestro
país?
La semana pasada mi hermana vino desde el campo
vestida de pollera y cargando su aguayo, subimos a un minibús desde la plaza
Isabela Católica hasta la Ceja de El Alto. Ambas nos sentamos en la tercera
fila y detrás de nosotras había unas señoras que murmuraban diciendo que
estábamos llevando plata del Fondo Indígena en nuestros aguayos. Mi hermana y
yo nos reímos, en ese momento parecía chistoso, pero las señoras comenzaron a
insultarnos y con tono despectivo nos dijeron: cholas, campesinas, indias
corruptas. Al escuchar esas palabras discriminatorias les respondimos,
diciéndoles que no se confundan, porque la corrupta era la ejecutiva de las
Bartolinas, Felipa Huanca.
No sabemos qué ocurre dentro de su organización,
seguramente muchas se vieron sorprendidas con lo ocurrido y otras no, de lo que
estamos seguras es que la gente no puede generalizar un acto así, pensando que
toda la gente del área rural o las cholas, somos corruptas, o porque usamos
polleras de colores pertenecemos a una organización y que por eso somos
corruptas.
Lamentablemente, por una pagamos todas. Yo como
mujer aymara, migrante del campo y trabajadora asalariada del hogar, estoy orgullosa
de vestir mi pollera y cargar mi aguayo. La gente tiene que saber diferenciar;
nuestro origen indígena, nuestra ropa o ser mujeres, no nos hace iguales a esa
persona que cometió los actos de corrupción.
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