Por María Paco
Las trabajadoras del hogar, antes de organizarnos
en sindicatos o de otras maneras, hemos pasado por cosas muy ingratas, injusticias,
explotación y discriminación.
Las niñas y jóvenes en el área rural solo tenían
la posibilidad de estudiar hasta quinto de primaria, pero las que tenían
suerte, pues otras, o no tenían recursos, o sus padres no las dejaban ir a la
escuela. Por ello, para buscar otras oportunidades, muchas nos hemos visto obligadas
a migrar lejos de nuestras familias y del lugar donde nacimos.
La mayoría de las migrantes, llegando a la ciudad
no sabíamos ni leer ni escribir, todo porque nuestros padres de mentalidad machista creían que las mujeres
no necesitamos estudiar, así nos
sumergieron en la ignorancia y pasamos a engrosar las filas de las trabajadoras
de hogar, no es que sea malo, pero es casi el destino obligatorio para nosotras
las migrantes.
En los empleos como trabajadora del hogar, también
hay diferencias, pues podría clasificarlas en: las mujeres que tienen suerte y
son a quienes se les respeta todos y cada uno de sus derechos, de estas hay muy
pocas.
Las otras compañeras son las que tienen menos suerte, pero por lo menos
pueden salir los domingos y se les concede algunos de sus derechos, como
“libertades” entre comillas, por ejemplo algún tiempo mínimo para poder
estudiar. Y por último están las compañeras que no tienen suerte, que son
muchas, explotadas por su empleador o empleadora, a las que no se les reconocen
sus derechos, e incluso se las tiene en situación de esclavitud, porque aparte
del exceso de trabajo, no se les paga.
Para los tres tipos de trabajadoras hay presión en
el empleo, ninguna se salva, pues los jefes o jefas todo el tiempo nos
controlan con mucha desconfianza, como si nosotras no tendríamos valores y no
trabajáramos a conciencia.
Algunas veces, por accidente, al limpiar se nos rompe algún adorno o plato o
alguna vez nos ha pasado que quemamos el arroz, son cosas que le puede pasar
hasta él o la más experta. Pero los y las jefas no entienden eso y lo primero
que hacen es descontarnos el sueldo que tanto nos cuenta ganar y cuando nos
parece una injusticia y nos atrevemos a reclamar, nos discriminaban llamándonos
“imillas boconas”, encontrando el pretexto perfecto para despedirnos sin sueldo ni beneficios. Aun así, en un lugar
donde el que tiene plata tiene poder y puede ejercer abuso en contra de las que
no tenemos, nos cansamos y nos hemos organizado y hoy en día las trabajadoras
del hogar hacemos historia en el mundo. El camino no ha sido fácil y pese a los
tropiezos, organizadas podemos reclamar nuestros derechos, visibilizarnos como
sector y reivindicar nuestra labor. Se han conquistado leyes y reglamentos en
favor de las trabajadoras del hogar, las autoridades casi no hacen respetar
ninguna de estas, pero nosotras, como hemos venido luchando hasta ahora,
lograremos que se respeten los derechos que nos hemos ganado a base de esfuerzo.
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