Por Yola
Mamani
La siembra
y la cosecha son buenas cuando llueve en su tiempo. Entonces, en las áreas
rurales esperamos que llueva, mientras que en las ciudades eso nos es casi
indiferente; lo que sí nos preocupa es que los precios de la canasta familiar
no suban hasta las nubes, como suele pasar.
Esos
dos momentos del año, por lo general coinciden con las fiestas patronales, que
se han convertido en la guía para sembrar y cosechar, cuando antes más bien las
y los agricultores se guiaban por las señales de la misma naturaleza, como la
aparición de algunas aves. Esos días de fiesta y de trabajo son para
encontrarnos entre paisanos y paisanas, entre familiares y también amigos y
amigas, y compartimos comida y bebida; también conversamos sobre moda, sobre
nuestros amores y desamores en las ciudades, adonde emigramos muchas y muchos
dejando a nuestros padres y madres, a las abuelas y abuelos. Casi nunca
hablamos de nuestras tristezas, al menos entre mujeres, de los hombres no sé,
pero no creo.
En
la fiesta, la cuestión es divertirse al máximo, como si fuera el último día de
tu vida, porque sabes que en la ciudad no puedes divertirte como en tu pueblo. Aquí,
en la ciudad, más nos preocupa si nos roban las joyas que usamos o nuestro
sombrero; regresar a la casa también es una preocupación, porque a veces
vivimos lejos, así que no logras una diversión completa, como en tu comunidad.
Eso pasa en las fiestas rurales, además estás con tu gente de confianza.
Después
de la fiesta viene la siembra o la cosecha, dependiendo de la época. Esos
momentos también son para encontrarnos y trabajar de manera colectiva. En mi
comunidad se produce papa, oca, trigo y quinua. Como somos muchas personas
juntas, hablamos de todo, pero fundamentalmente se genera debate ideológico.
Las
personas comienzan a discutir sobre el gobierno y su actual política, y también
sobre las distintas tendencias ideologías que profesamos.
La
última vez que fui a mi comunidad, que está cerca de Warisata, mientras en fila
recogíamos los productos de los surcos, entre primos discutíamos sobre el
Tipnis. Quienes se quedaron a vivir en el campo no estaban muy al tanto, así
que fue un momento también para explicarles que la gente del oriente no es floja,
como me hicieron pensar durante mucho tiempo o como dijo el Presidente, sino
que sus tiempos de trabajo y sus formas de trabajo son diferentes a las que
tenemos en el altiplano. Hombres y mujeres defendíamos nuestras posiciones, y
nadie se quedaba atrás para hacerse escuchar.
Pero
también hablamos de la economía del país y hasta de deportes. En algún momento
sentí que podía haber una pelea entre los hombres que discutían, eso hubiera
pasado en la fiesta, estoy segura de que se agarraban a golpes. Pero el debate
en medio de la cosecha o de la siembra es diferente, parece que el duro trabajo
apacigua las furias y nos hace reflexionar. Además me imagino que como los
hombres compiten para ver quién gana, no les queda fuerzas para pegarse. En el
caso de las mujeres es diferente, porque a pesar de que tenemos distintas
opiniones sobre los diversos temas que tocamos, nos ayudamos entre nosotras
para terminar nuestro trabajo todas al mismo tiempo.
Seguramente
pensarán que en las asambleas generales, las discusiones tienen la misma
intensidad, porque nos reunimos para debatir y tomar decisiones. Pero resulta
que no es así, porque en las asambleas rige la estructura vertical de las
organizaciones y las llamadas “bases”, a veces no tenemos espacio para
discutirle al dirigente y es peor en el caso de las mujeres, porque los hombres
hasta se burlan si alguna se anima a hablar.
Quién
se podría imaginar que la cosecha y la siembra son espacios horizontales para
charlar y discutir sobre temas coyunturales, y ahí no necesitas que nadie te de
la palabra, porque puedes tomarla nomás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario