Por Yola
Mamani
La
solidaridad es muy importante en nuestras vidas aunque no se practica en estos
días.
Digo
que ya no se practica aquí en La Paz o en las ciudades donde existe mayor
población porque ni siquiera entre vecinas y vecinos que se conocen hay
solidaridad. Ahí se puede ver el individualismo de las personas. Además,
últimamente veo que esto sucede en los mercados y en los lugares donde la gente
hace fila para tomar los minibuses que van hacia la periférica. Por ejemplo,
hace poco tiempo fui a visitar a mi tía que vive en Alto 27 de mayo, para ello
he tenido que hacer fila cerca de la plaza Eguino para tomar un minibús, donde
había delincuentes a la orden del día. Y claro, están muy bien camuflados
dentro de las filas y nadie puede creer que son ladrones. Como sin nada te
están bolsiqueando los bolsillos. Y la gente que está a tu lado, delante de
vos, es testigo pero no te avisan ni te defienden. Tal vez sea por miedo a ser
víctimas de robo. Por eso digo que no hay solidaridad entre nosotros. Ahí está
la palabra, pero no hay acciones.
La
solidaridad entre mujeres se da en los pueblos pequeños como mi Comunidad,
Santa María Grande. Hace poco mi madre se lesionó el pie por una mala pisada
yendo a la feria del pueblo cargada de dos arrobas de trigo. En mi Comunidad no
hay movilidad, y si es que hay, hay taxis, pero ellos te cobran desde cuarenta,
cincuenta, hasta setenta bolivianos, por el traslado, por eso muchísimas
mujeres caminan cargadas de productos, incluso de la garrafa gas porque por
allá tampoco pasa el carro gasero.
Como
mi madre no podía caminar en la feria (y esto era algo increíble) casi todas
las mujeres del pueblo se acercaban a sugerirle qué hierbas eran indicadas para
curar ese tipo de lesiones. Hasta se le acercaban personas que no conocían a mi
mamá para darle la receta de la medicina tradicional: le decían, incluso antes
de ir al médico, que no estaba fracturado, sino que sólo era una lesión fuerte
y que pronto se iba sanar. Así fue. Después vino una abuelita curandera o
sanadora que trajo mi padre para que friccione y aplique las hierbas adecuadas
para ese tipo de lesiones.
Después
vino una mujer vecina de la comunidad en plena lluvia y de noche, porque ella también se había fracturado el pie hace
poco por andar detrás de los ganados. Con esa experiencia, le trajo
medicamentos que le habían sobrado. Y otro vecino le trajo ch’illka, que es una
hierba muy conocida que sirve para las fracturas e inflamaciones. Eso fue muy
lindo. Yo realmente me quedé sorprendida, no sabía cómo agradecer por tanto
cariño y solidaridad entre las comunarias, quienes saben que si no se cuidan ni
se ayudan entre ellas saben que nadie lo hará. Así como dice el famoso dicho:
“hoy por mi mañana por ti”, la solidaridad es como una norma o acuerdo que está
ahí, que no necesitas escribirla con tu puño y letra en ninguna hoja, eso se
siente y ya. Como decía la abuelita: “yo lo hago por el prójimo, no porque
quiero lucrar con el dolor ajeno”. Esta sabiduría me la transmitió mi madre,
así seguiré haciéndolo hasta que las hierbas confíen en mí. Todavía en las
pequeñas comunidades esos valores humanos no se han perdido, y eso me
enorgullece. En esta comunidad quedan más o menos unas cincuenta personas entre
hombres, mujeres y muy pocos niños y niñas, que le dan vida al pueblo.
La
abuela Carmen es una mujer muy ágil, lo único que le falla son sus oídos,
después, es una mujer muy sana. Además, es bastante solicitada, va de pueblo en
pueblo. A veces se topa en el camino con mujeres que están a punto de dar a
luz, a quienes ayuda, y luego, sigue su camino para llegar a su destino. Ella
no necesita ir a ninguna parte en las ambulancias donadas por el presidente
Evo, ni carga los medicamentos subvencionadas por el gobierno central para las
personas de la tercera edad, tampoco necesita que la alcaldía municipal ni el
gobernador le pague por el trabajo social que va hace esta abuela. Ella
simplemente carga sus hierbas; y si le faltan, las va cosechando en el
trayecto.
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