miércoles, 3 de noviembre de 2010

LA CARRETERA DE LA MUERTE

Por Yola Mamani

Viajar a Coroico ya no tiene el encanto y el sabor a aventura que tenía antes. Ya no se atraviesa ese famoso camino, que en muchas guías de turismo del extranjero aparece como la carretera de la muerte.

El transporte público ya no pasa por Unduavi, ese pueblo a mitad del camino que era parada obligada para tomar un café caliente, cuyo vapor se confundía con la eterna neblina, esa bruma que anunciaba el ingreso a los Yungas, la zona semitropical del departamento de La Paz.

Tampoco se percibe como antes el paso por Yolosa, un pueblito situado a orillas del río Chuquiaguillo, a dos kilómetros de Coroico, que ha sido expulsor de gente pobre, a la que no le quedaba otra que emigrar a las ciudades o al extranjero.

Nuestros niños y niñas ya no sentirán la alegría de pasar por debajo de las cascadas, como San Juan y el Velo de la Novia, que estaban justo en los trechos más angostos del camino y que eran de lo más esperado en los 96 kilómetros de distancia entre La Paz y Coroico.

A nadie más se le detendrá el corazón,como ocurría antes cuando buses y camiones hacían maniobras para retroceder hasta donde sea posible cruzar, en lugares donde la carretera apenas tenía espacio para un vehículo y mejor si era pequeño.

La adrenalina ya no fluye como antes, cuando, desde arriba de un camión, las ruedas no te dejaban ver ni una porción de la tierra del camino y más bien se veía la profundidad interminable de los barrancos. Parecía que sobre esas ruedas apenas se cumplía la ley de la gravedad, porque alguna parte volaba al ritmo de la velocidad del chofer.

Ya no se siente la emoción de disfrutar de la imponencia del paisaje, pero de esa imponencia que te ofrecía la carretera de la muerte, una ruta serpenteante colgada de esas montañas cubiertas de exuberante vegetación, que fue construida por los prisioneros paraguayos durante la guerra del Chaco.

La nueva carretera tardó casi 40 años en hacerse realidad y con seguridad muchísima gente no extraña ni por si acaso la antigua carretera, porque nos enlutaba muy seguido. Las estadísticas reportan un promedio de 200 accidentes al año y casi 100 muertes en ese mismo lapso de tiempo.

Pero en defensa de la carretera hay que reconocer también que la mayoría de los accidentes se debían a la imprudencia de los choferes, aunque las culpas casi siempre se las atribuían a lo angosto de la carretera, a lo húmedo de la carretera, a lo accidentado de la ruta. De vez en cuando se hablaba de la imprudencia de los choferes o de la explotación laboral de choferes que no tienen carro propio y que cumplen largas y agotadoras jornadas conduciendo por precarias carreteras.

Choferes precavidos creo que hay pocos, uno de ellos falleció hace poco. Andrés Escóbar era para muchos yungueños el mejor chofer de los Yungas. Sobre su muerte, el periodista Guimer Zambrana escribió que los choferes yungueños también pueden morir de viejos. Ese hombre, dice, disfrutaba como nadie de las angostas vías de la zona. Detenía su vehículo para levantar las piedras que podían causar accidentes o para abrir una cuneta tapada. Lo van a extrañar a Panti, como le decían, porque como él hay muy pocos.

Y eso se puede ver cada día. La carretera nueva a Coroico, que ya tiene varios años de uso, es testigo mudo de la imprudencia de los choferes. Mucha gente que fue a pasar el fin de semana a Coroico y que regresó el lunes haciendo un puente con el feriado de Todos Santos, también fue testigo de eso.

El camino estaba cubierto de niebla, pero aún así eran visible los letreros que advertían, en ciertos lugares, que los carros no debían adelantar, pero el chofer que conducía el minibus de la línea Yungueña insistía en pasar a todo vehículo que tuviera delante. Y cuando no había nada delante de él, conducía en medio de la carretera invadiendo carril. Es decir que incurría en prácticas de riesgo para las y los pasajeros.

Aún así, sólo un par de pasajeros reclamamos, al resto, al parecer, no le preocupaba o estaba acostumbrado a esa forma de conducir. El viaje de ida a Coroico nos tomó unas tres horas y media, y el retorno lo hicimos sólo en dos horas.

Pese a que por el feriado se preveía un aumento en los viajes a Yungas, en todo el camino no había un solo policía caminero a quien reclamar, porque el chofer no tenía la mínima intención de disminuir la velocidad y ser prudente.

Las carreteras no son las responsables, pero es el escenario de las irresponsabilidades de los choferes imprudentes y de la inexistencia del control policial.

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