Por: Yola Mamani Mamani
Son las cinco de la mañana; reinan la
oscuridad y el intenso frío del Altiplano, y también el incesante trajinar de
la gente que no necesita luz mientras se prepara para la feria dominical de
ganadería y productos agrícolas. Es además la hora del trueque en Achacachi,
una población aymara, capital de la provincia Omasuyos del departamento de La
Paz, en Bolivia.
Las ancianas que llegan a la feria
desde las comunidades aledañas se van directamente a la calle Luribay, conocida
también como q’atu (puesto de venta
en aymara) de Sorata. Antiguamente ahí se asentaban las y los productores que
llegaban de Luribay y Sorata cargando abundantes y variados frutos del valle. A
su encuentro iban los agricultores altiplánicos llevando papa, quinua, trigo,
haba y otros cereales. De esta manera se complementaban estos pueblos sin
necesidad de dinero. Las medidas estaban convenidas de antemano: costal, plato
de barro, sombrero, lata, canasta o chhala,
que es un montón del mismo tamaño de similar producto.
Sin la abundancia que había hace unos
30 años, todavía perdura esta práctica milenaria. Sin embargo, ahora se han
sumado, de forma masiva, comerciantes que llevan a la feria productos
industrializados para el intercambio. Las gaseosas, el azúcar, los fideos y un
sinfín de enlatados, considerados antes como “comida de ricos”, ya forman parte
de las necesidades de la población rural.
Así se han ido modificando los hábitos
de consumo en las comunidades rurales. Un problema adicional es que la mayoría
de esos productos “citadinos” están adulterados, tienen fechas de vencimiento
pasadas o estas son ilegibles, o están en mal estado: latas abolladas o con las
etiquetas rotas, por ejemplo. Además que mucha gente, sobre todo las personas
adultas mayores, no saben leer.
Azúcar,
fideo y arroz sucios
María Condori tiene 60 años, es una pequeña
agricultora de la comunidad Santa María Grande. Cultiva de todo un poco para su
consumo propio y pocas veces le sobra algo para la venta, pero el ingreso que
logra es insuficiente para comprar otras cosas que necesita.
En aymara, ella relata que en otros
pueblos el trueque prácticamente ha desaparecido, pero que en Achacachi,
“aunque mal”, todavía es posible ir a la feria “sin necesitad de tener dinero
en los bolsillos”. Con tres bolivianos (unos 80 centavos de dólar) para la ida
y tres para el retorno, se traslada a la feria una vez al mes o cada dos meses.
Lleva bastante chuño (papa deshidratada), papa, haba, caya (oca deshidratada) y
quinua, y los intercambia por algo de fruta, arrocillo, azúcar, fideos y pan.
El problema es que el azúcar y el
fideo tienen una especie de piedrecillas blancas y están empacados en bolsas de
yute sin ningún dato de su procedencia; también le ha tocado arrocillo con
excremento de ratón. Y el pan no es fresco.
Si reclama, los comerciantes le bajan
el valor a sus productos, con el argumento de que es “comida de indios” y que
en la ciudad ni conocen. “Nos hace sentir como si nos estuvieran haciendo un
favor al cambiarnos… nos quedamos calladas”. Sin embargo, esos productos son
ofrecidos en las ciudades como orgánicos, lo que implica un precio más elevado.
Antes, María Condori solo consumía
refrescos naturales de cebada y quinua, y los endulzaba con manzana del Valle.
No podía acceder al azúcar, por su elevado costo, pero tampoco la necesitaba.
Ahora, con el trueque, la consigue, pero de mala calidad.
Sus hijos, que emigraron hace 11 años
a la ciudad de La Paz, la iniciaron en ese consumo del azúcar y ellos también
le llevan paquetes de gaseosas. “A mí no me gustan, son feas, por eso tomamos cuando
vienen ellos, para que no piensen mal, igual hay consumir porque ya está
comprado”.
Antonia Huachu tiene 70 años de edad,
es de la comunidad Aygachi provincia Los Andes. La sequía ha hecho estragos en
su región y por eso no tiene nada para intercambiar, así que sobrevive con su
Renta Dignidad, un bono de Bs200 (29 dólares) mensual que recibe del gobierno.
De todas maneras, tampoco piensa en retomar el trueque. “Yo antes cambiaba mis
productos agrícolas como sonsa… tan buenas papas entregaba a un precio mísero,
tan buenos chuños grandes y sin cáscara vendía al precio que me ofrecían, muy
sonsa he sido…”.
Las
comerciantes callan
Ninguna de las comerciantes que
accedieron a hablar explicaron el porqué de los productos dañados que
intercambian en el trueque, considerando incluso que todas eran mujeres aymaras
emigrantes del campo a la ciudad. El daño que pueda ocasionar en la salud de la
población no les preocupa, sino las ganancias por la comercialización de toda
su mercadería.
Todos los domingos, Gabriela Castro
Condori lleva frutas de temporada desde la ciudad de La Paz hasta Achacachi.
Una parte la destina al trueque por papa y chuño, sobre todo en época de
cosecha, cuando la producción es abundante. Afirma que la mayoría es para su
propio consumo, pero también guarda para cuando sube el precio. “Eso se puede
guardar cualquier cantidad”.
La feria de Achacachi es la favorita
de Florentina Chipana, porque puede obtener chuño y caya muy bien elaborada, y
rica quinua y haba que se vende muy bien y rápido en la ciudad. Para
intercambiar lleva pan, pasancalla de colores (maíz tostado teñido) y fideos.
Le faltan manos para repartir sus productos, mientras a su lado crecen montañas
de papa de diferentes variedades, trigo y otros productos agrícolas. Al final
del día queda contenta, porque sus ganancias se han cuadruplicado. Selecciona todo
por tamaño y por calidad. Embolsa la papa y el chuño para vender al menudeo,
mientras que envía quintales de haba a una fábrica de galletas en la ciudad de
El Alto.
Marisol Mamani solía intercambiar
fideo chino precocido, pero con el éxito que tuvo entre los estudiantes
universitarios ahora solo lo vende. Pero sigue haciendo trueque de fideo crudo
por papa: una libra por unas 18 papas medianas o 10 grandes. En la ciudad ella
ganará cuatro veces más por los tubérculos.
Autoridades
pasivas
Rita Saavedra es activista por la
soberanía alimentaria y también cuestiona el que, sin ningún control, los
comerciantes hayan inundado los mercados rurales con productos industrializados
y más aún que estos sean de mala calidad. En su criterio esto tiene que ver con
procesos de aculturación, en los que los hábitos de consumo urbano son asumidos
en las áreas rurales, con la idea de que así se harán citadinos.
Sin embargo, la introducción de esos
alimentos no solo afecta los aspectos culturales, sino también la salud de la
población rural, por los químicos que contienen, por ejemplo, los fideos chinos
precocidos y por el consumo de productos vencidos.
Dionisia Choque tiene 28 años; es
originaria de la comunidad Cupankara, provincia Los Andes, donde está a cargo
del Comité de Riego. Su pueblo enfrenta también una fuerte sequía que le está
haciendo pensar en emigrar. Ella está consciente del daño en los hábitos
alimenticios de las áreas rurales. Afirma que en su consumo predominan la quinua,
chuño y cebada; “no me gusta la comida chatarra, eso solo llena el estómago no
alimenta”. Mientras explicaba esto, cargaba botellas grandes de gaseosas para
invitar en la asamblea de su comunidad.
Florencio Montes es secretario de
Transporte y presidente de la comisión de Tierra, Territorio, Recursos
Naturales y Medio Ambiente de la organización del Tupak Katari. Él sabe que los
comerciantes utilizan el trueque para engañar a la gente de las comunidades,
“es normal”, dijo. Les venden un poco más barato, pero lo que ya no podrían
vender en las ciudades. Sin embargo, ni siquiera han pensado en alguna medida
para evitarlo o para que la población tome conciencia de que los cambios en el
consumo de alimentos no es saludable.
El concejal de Achacachi, Marco
Antonio Chambi, informó que no existe ningún control en la feria desde hace
cinco meses, debido a la pugna política por el control del municipio. Pero
antes tampoco se percataron de la tergiversación del trueque y de la masiva
introducción de alimentos industrializados que están inundando las comunidades.
Justificó su inacción al indicar que la gente solo cree en ellos y en el
trabajo que desempeñan cuando hacen grandes obras que son muy visibles.
Trabajadoras
del hogar
Las que sí se plantearon la reflexión
sobre esta problemática fue un grupo de trabajadoras asalariadas del hogar que
llevaron adelante un programa radial durante siete años en Radio Deseo, del
movimiento feminista Mujeres Creando. Entre 2009 y 2016, uno de los sectores
denominado Amtasiñani (Recordaremos)
se destinó a recuperar recetas de comidas ancestrales, las mismas que comían de
niñas antes de emigrar o las que comían sus abuelas.
Si bien parece un esfuerzo pequeño
ante una problemática tan grande, llevaron su reflexión a sus entornos más
cercanos en sus pueblos y ahora ellas mismas elijen productos diferentes para
llevarles a sus familias cuando las visitan.