viernes, 14 de julio de 2017

Trueque: práctica milenaria convertida en un engaño

Por: Yola Mamani Mamani

Son las cinco de la mañana; reinan la oscuridad y el intenso frío del Altiplano, y también el incesante trajinar de la gente que no necesita luz mientras se prepara para la feria dominical de ganadería y productos agrícolas. Es además la hora del trueque en Achacachi, una población aymara, capital de la provincia Omasuyos del departamento de La Paz, en Bolivia.

Las ancianas que llegan a la feria desde las comunidades aledañas se van directamente a la calle Luribay, conocida también como q’atu (puesto de venta en aymara) de Sorata. Antiguamente ahí se asentaban las y los productores que llegaban de Luribay y Sorata cargando abundantes y variados frutos del valle. A su encuentro iban los agricultores altiplánicos llevando papa, quinua, trigo, haba y otros cereales. De esta manera se complementaban estos pueblos sin necesidad de dinero. Las medidas estaban convenidas de antemano: costal, plato de barro, sombrero, lata, canasta o chhala, que es un montón del mismo tamaño de similar producto.

Sin la abundancia que había hace unos 30 años, todavía perdura esta práctica milenaria. Sin embargo, ahora se han sumado, de forma masiva, comerciantes que llevan a la feria productos industrializados para el intercambio. Las gaseosas, el azúcar, los fideos y un sinfín de enlatados, considerados antes como “comida de ricos”, ya forman parte de las necesidades de la población rural.

Así se han ido modificando los hábitos de consumo en las comunidades rurales. Un problema adicional es que la mayoría de esos productos “citadinos” están adulterados, tienen fechas de vencimiento pasadas o estas son ilegibles, o están en mal estado: latas abolladas o con las etiquetas rotas, por ejemplo. Además que mucha gente, sobre todo las personas adultas mayores, no saben leer.

Azúcar, fideo y arroz sucios
María Condori tiene 60 años, es una pequeña agricultora de la comunidad Santa María Grande. Cultiva de todo un poco para su consumo propio y pocas veces le sobra algo para la venta, pero el ingreso que logra es insuficiente para comprar otras cosas que necesita.

En aymara, ella relata que en otros pueblos el trueque prácticamente ha desaparecido, pero que en Achacachi, “aunque mal”, todavía es posible ir a la feria “sin necesitad de tener dinero en los bolsillos”. Con tres bolivianos (unos 80 centavos de dólar) para la ida y tres para el retorno, se traslada a la feria una vez al mes o cada dos meses. Lleva bastante chuño (papa deshidratada), papa, haba, caya (oca deshidratada) y quinua, y los intercambia por algo de fruta, arrocillo, azúcar, fideos y pan.

El problema es que el azúcar y el fideo tienen una especie de piedrecillas blancas y están empacados en bolsas de yute sin ningún dato de su procedencia; también le ha tocado arrocillo con excremento de ratón. Y el pan no es fresco.

Si reclama, los comerciantes le bajan el valor a sus productos, con el argumento de que es “comida de indios” y que en la ciudad ni conocen. “Nos hace sentir como si nos estuvieran haciendo un favor al cambiarnos… nos quedamos calladas”. Sin embargo, esos productos son ofrecidos en las ciudades como orgánicos, lo que implica un precio más elevado.

Antes, María Condori solo consumía refrescos naturales de cebada y quinua, y los endulzaba con manzana del Valle. No podía acceder al azúcar, por su elevado costo, pero tampoco la necesitaba. Ahora, con el trueque, la consigue, pero de mala calidad.

Sus hijos, que emigraron hace 11 años a la ciudad de La Paz, la iniciaron en ese consumo del azúcar y ellos también le llevan paquetes de gaseosas. “A mí no me gustan, son feas, por eso tomamos cuando vienen ellos, para que no piensen mal, igual hay consumir porque ya está comprado”.

Antonia Huachu tiene 70 años de edad, es de la comunidad Aygachi provincia Los Andes. La sequía ha hecho estragos en su región y por eso no tiene nada para intercambiar, así que sobrevive con su Renta Dignidad, un bono de Bs200 (29 dólares) mensual que recibe del gobierno. De todas maneras, tampoco piensa en retomar el trueque. “Yo antes cambiaba mis productos agrícolas como sonsa… tan buenas papas entregaba a un precio mísero, tan buenos chuños grandes y sin cáscara vendía al precio que me ofrecían, muy sonsa he sido…”.

Las comerciantes callan
Ninguna de las comerciantes que accedieron a hablar explicaron el porqué de los productos dañados que intercambian en el trueque, considerando incluso que todas eran mujeres aymaras emigrantes del campo a la ciudad. El daño que pueda ocasionar en la salud de la población no les preocupa, sino las ganancias por la comercialización de toda su mercadería.

Todos los domingos, Gabriela Castro Condori lleva frutas de temporada desde la ciudad de La Paz hasta Achacachi. Una parte la destina al trueque por papa y chuño, sobre todo en época de cosecha, cuando la producción es abundante. Afirma que la mayoría es para su propio consumo, pero también guarda para cuando sube el precio. “Eso se puede guardar cualquier cantidad”.

La feria de Achacachi es la favorita de Florentina Chipana, porque puede obtener chuño y caya muy bien elaborada, y rica quinua y haba que se vende muy bien y rápido en la ciudad. Para intercambiar lleva pan, pasancalla de colores (maíz tostado teñido) y fideos. Le faltan manos para repartir sus productos, mientras a su lado crecen montañas de papa de diferentes variedades, trigo y otros productos agrícolas. Al final del día queda contenta, porque sus ganancias se han cuadruplicado. Selecciona todo por tamaño y por calidad. Embolsa la papa y el chuño para vender al menudeo, mientras que envía quintales de haba a una fábrica de galletas en la ciudad de El Alto.

Marisol Mamani solía intercambiar fideo chino precocido, pero con el éxito que tuvo entre los estudiantes universitarios ahora solo lo vende. Pero sigue haciendo trueque de fideo crudo por papa: una libra por unas 18 papas medianas o 10 grandes. En la ciudad ella ganará cuatro veces más por los tubérculos.

Autoridades pasivas

Rita Saavedra es activista por la soberanía alimentaria y también cuestiona el que, sin ningún control, los comerciantes hayan inundado los mercados rurales con productos industrializados y más aún que estos sean de mala calidad. En su criterio esto tiene que ver con procesos de aculturación, en los que los hábitos de consumo urbano son asumidos en las áreas rurales, con la idea de que así se harán citadinos.

Sin embargo, la introducción de esos alimentos no solo afecta los aspectos culturales, sino también la salud de la población rural, por los químicos que contienen, por ejemplo, los fideos chinos precocidos y por el consumo de productos vencidos.

Dionisia Choque tiene 28 años; es originaria de la comunidad Cupankara, provincia Los Andes, donde está a cargo del Comité de Riego. Su pueblo enfrenta también una fuerte sequía que le está haciendo pensar en emigrar. Ella está consciente del daño en los hábitos alimenticios de las áreas rurales. Afirma que en su consumo predominan la quinua, chuño y cebada; “no me gusta la comida chatarra, eso solo llena el estómago no alimenta”. Mientras explicaba esto, cargaba botellas grandes de gaseosas para invitar en la asamblea de su comunidad.

Florencio Montes es secretario de Transporte y presidente de la comisión de Tierra, Territorio, Recursos Naturales y Medio Ambiente de la organización del Tupak Katari. Él sabe que los comerciantes utilizan el trueque para engañar a la gente de las comunidades, “es normal”, dijo. Les venden un poco más barato, pero lo que ya no podrían vender en las ciudades. Sin embargo, ni siquiera han pensado en alguna medida para evitarlo o para que la población tome conciencia de que los cambios en el consumo de alimentos no es saludable.

El concejal de Achacachi, Marco Antonio Chambi, informó que no existe ningún control en la feria desde hace cinco meses, debido a la pugna política por el control del municipio. Pero antes tampoco se percataron de la tergiversación del trueque y de la masiva introducción de alimentos industrializados que están inundando las comunidades. Justificó su inacción al indicar que la gente solo cree en ellos y en el trabajo que desempeñan cuando hacen grandes obras que son muy visibles.

Trabajadoras del hogar

Las que sí se plantearon la reflexión sobre esta problemática fue un grupo de trabajadoras asalariadas del hogar que llevaron adelante un programa radial durante siete años en Radio Deseo, del movimiento feminista Mujeres Creando. Entre 2009 y 2016, uno de los sectores denominado Amtasiñani (Recordaremos) se destinó a recuperar recetas de comidas ancestrales, las mismas que comían de niñas antes de emigrar o las que comían sus abuelas.

Si bien parece un esfuerzo pequeño ante una problemática tan grande, llevaron su reflexión a sus entornos más cercanos en sus pueblos y ahora ellas mismas elijen productos diferentes para llevarles a sus familias cuando las visitan.

miércoles, 2 de marzo de 2016

LOS HIJOS E HIJAS NO SON OBJETOS

Por Yola Mamani

Señor presidente, su historia me hizo recuerdo a miles de hombres machistas que he conocido, tanto en el campo como en la ciudad, a través  de mi amigas, compañeras de trabajo, hermanas, primas; que han tenido que enfrentarse solas o con sus wawas a esta vida tan dura, tan machista, que condena a las mujeres por ser soltera o  separada.

Ellas fueron quienes se han tenido que esconder de las críticas, del “pueblo chico  infierno grande” como dicen, ellas han tenido que aguantar cuando las mujeres y los hombres de su pueblo les han apuntado con el dedo diciendo que eran madres solteras, que eran malas mujeres y que por eso les dejó su marido; o que no eran buenos ejemplos para sus hijos e hijas. Cuántas mujeres que se han separado me han contado que primero tenían que mirar por el huequito de la puerta para salir corriendo de su casa sin que nadie las mire feo, ni que estén murmurando a su espaldas, y que llegaban tarde para que los vecinos estén dormidos y nos les reprochen nada, así de triste es para las mujeres solas.

Cuántos hombres como usted señor presidente se han hecho la burla y han negado a sus wawas desde el primer momento que se enteraron de un embarazo, que vergüenza y pena que usted tenga que terminar como víctima, aunque lo que pasó fue que no quiso asumir su responsabilidad a la hora de la hora, aquí la víctima es pues esa hija o hijo negado, escondido.

Digo todo esto, porque tengo muchas amigas y compañeras  trabajadoras asalariadas del hogar, que han decidido ser madres solteras a pesar de la condena ejercida por esta sociedad machista, pues me recordé también la historia de una compañera trabajadora del hogar, que un día llegó al sindicato de trabajadoras del hogar, llorando, suplicando ayuda, para que no le quiten a su wawa, porque su ex pareja era policía y movía todas sus influencias y la amenazaba. Ella prefirió renunciar a las pensiones familiares para que él no la chantajee y para no compartir el cariño de su wawa, que con tanto sacrifico cuidó. Ese no era nuestro trabajo, pero teníamos que hacerla sentir acompañada y que no estaba sola; como sindicato de trabajadoras del hogar no hemos permitido que le quiten la tenencia de la wawa, les hablo de hace 5 años atrás, hoy esa wawa es pues un adolecente de 17 años, justo el año pasado me encontré con esta compañera, ya un poco mayor y me contó que ahora el padre del muchacho otra vez se lo quiere llevar, porque dice que ya está viejo y enfermo y necesita que alguien se encargue de él, como si él se hubiera encargado del pequeño cuando lo necesitó.

 Mientras la compañera trabajadora asalariada del hogar nunca se separó de él,  trabajo día y noche para tener dinero y comprarle útiles escolares, para hacerle una fiesta cumpleaños, para comprarle unos juguetes no tan caros, porque ella gana un salario mísero y sus empleadores la someten a la explotación laboral, todo porque tiene una wawa y la chantajean y la manipulan con su hijo diciendo que en ningún lugar la van aceptar con sus hijo a cuestas.


Ella aguantó porque en su trabajo tiene por lo menos comida y un techo donde dormir y hasta un salario mísero que no le alcanza para nada, más que para sobrevivir. De ese tipo de historias soy testigo y me indignan los hombres irresponsables como usted.

lunes, 22 de febrero de 2016

NO TENEMOS, NI TENDREMOS VIVIENDA


Por Arminda Gomez

El programa Vivienda Social es un programa del gobierno que se supone debe beneficiar a aquellas personas de escasos recursos que no tienen un techo propio.  Imagino que eso también es parte del vivir bien del que tanto se habla en estos días, pero al parecer se trata solo de un discurso de las autoridades centrales.
Cuando una quiere acceder a una vivienda social debe cumplir una infinidad de requisitos, pero lo principal, es saber si eres capaz de pagar por la vivienda.
La persona que quiera beneficiarse con ese programa, tiene que ganar un monto mayor a cinco mil bolivianos, así que de entrada, una persona como yo está descartada, que no tengo un trabajo fijo y el dinero que puedo percibir mensualmente apenas alcanza al mínimo nacional. 
Yo me pregunto a quienes beneficia esta vivienda social? ¿No tendría que beneficiar a la gente pobre? Me pregunto también que hacemos las trabajadoras del hogar, las mujeres barrenderas, vendedoras, madres solteras, que no ganamos ni cerca de cinco mil bolivianos?
Porque nos hacen creer una mentira, porque juegan con la ilusión de la gente, seguramente no he sido la única persona que ha quedado totalmente decepcionada, muchas como yo que no pueden acceder a la vivienda social, programa del que hace alarde el gobierno, escucharán el discurso que tienen los políticos que ahora están en el poder y podrán asegurar con dolor que lo que están diciendo son puras mentiras.

lunes, 15 de febrero de 2016

EL CARNAVAL DE HOY



Por Victoria Mamani

El carnaval era una festividad eminentemente cristiana y contenía un profundo sentido religioso. Por lo tanto, el carnaval está incluido en el año litúrgico. Luego del domingo de tentación, continúa la cuaresma, etapa en la cual las personas debían arrepentirse de sus pecados con el ayuno y abstinencia hasta llegar a la Semana Santa; y por último, al domingo de resurrección donde finaliza la cuaresma y comienza la liturgia del triunfo de Cristo. Eso según la religión católica.

El Carnaval se festeja en todo el territorio boliviano según las  costumbres que tiene cada una de las regiones.
En la actualidad, hay un sincretismo cultural donde las costumbres originarias han sufrido variaciones, ya que los elementos con que se challaban antes como las flores naturales, frutas, adornos hechos con lanas de colores y otros, se han cambiado por globos, serpentinas misturas, adornos de plástico, pinturas y espumas, elementos que son muy contaminantes. A pesar de ello, el deseo es el mismo “que la ch´alla nos traiga felicidad y prosperidad”.

Hoy la ch’alla es una tradición que pasó del área rural andina a la urbana y gracias a la migración ahora se practica en la mayor parte del país. La deferencia está en que en el área rural la gente ch’alla en comunidad sus cultivos, la tierra que les cobija, como una forma de compartir con la naturaleza, en armonía con los demás seres y sentir el bienestar en sus hogares. Es una forma de relacionamiento social entre el hombre y la Pachamama. Ella es parte fundamental de la creencia del mundo andino, donde todas las cosas tienen vida y por tanto el ser humano debe mantener un fuerte contacto con ella.

En el área urbana se ch’alla lo material, la casa, auto, empresas, puestos de venta; el ritual es más individualista; ahí se demuestran el poder económico que posee cada familia, hay derroche de alcohol sin importar la molestia que causan a otros, incluso a sus propios hijos e hijas pequeñas.
En la urbe paceña cada año se organiza la entrada de Jisk’a Anata, donde bailan las comparsas de ch’utas, pepinos y otras danzas como caporales, morenada, que para mí nada tienen que ver con la entrada de Jisk’a Anata.

Lo malo de esta entrada es que se ha mercantilizado, antes una se sentaba en las aceras y veía las comparsas tranquila, pero ahora hay que pagar hasta por el espacio. Por ejemplo el lunes de Jisk’a Anata estuve por la avenida Montes y quienes comercializan con los espacios cerraron con sillas toda la avenida de subida y cobraban 50 o 60 bolivianos por cada asiento y ni siquiera podías quedarte para unos minutos pues empezaban a gritar. 

No sé por qué la alcaldía permite que estas fiestas  se conviertan en un negocio para algunos, si se supone que este tipo de celebraciones son para recuperar nuestras tradiciones y costumbres. Ojala haya una regulación al respecto y que todos y todas podamos disfrutar y preservar nuestras tradiciones sin restricciones económicas.

lunes, 21 de diciembre de 2015

LOS TRATANTES A LA LUZ DEL DÍA


Por Gaby Mamani
Hace tres semanas atrás fui a visitar a mi hermano que se encuentra  trabajando en Villazón, perteneciente al departamento de Potosí. Allí, en la frontera con Argentina, existen grandes necesidades, no hay trabajo, las tierras áridas, solo hay cactus en los cerros rojos. Me dio tristeza por la gente del lugar y por los animalitos que no tienen forraje que comer.
En cuanto al trabajo, en este pueblo fronterizo, la mayoría de la gente  se dedica al comercio, al trabajo de bagalleros, es decir que trabajan como cargadores, trasportando cosas desde la Argentina hacia nuestro país. Miles de sacos de harina, arroz, aceite, soya, leche de soya, leche en polvo, pañales, verduras, de todo, se mete a nuestro país, sean productos ilegales o con autorización, mientras que desde aquí, no se puede exportar casi nada sin el control estricto.
Allá también ya se siente el fin de año, porque hay bastante gente migrante de Norte Potosí y de otros departamentos cercanos a la frontera, que se desempeñan como “bagalleros” o cargadores. Hombres y mujeres trabajan cargando bultos enormes, aunque hay una pelea constante entre los mismos compañeros y compañeras que trabajan en ese rubro, porque los “sindicalizados” pueden cruzar sobre el puente, sin embargo la gente que emigra temporalmente tiene que buscarse vías alternas para cruzar, porque quienes se han organizado en sindicato no les permiten pasar sobre el puente; hasta en eso existe competencia. La gente sindicalizada dice que hacen el control para garantizar lo que está entrando al país, como si solo por cargar ellos cualquier producto, se garantizaría su legalidad.
Mayormente la gente del lugar se dedica al comercio y al trabajo informal,  también hay gente que ofrece trabajo de confección, cuando te ven como migrante y recién llegado o llegada del campo, hacen ofertas increíbles para que una acepte trabajar como confeccionista.  Gritan “quien quiere irse a Buenos Aires –Argentina! pasaje pagado” otra frase que escuche mucho decir a diferentes personas fue: “ella o él es mía, con su hijita más”. Cuando me di cuenta, me asusté bastante, porque hablaban de mí, que estaba más preocupada de cuidar a mi hijito y mis pertenencias.
Es sorprendente como tratan de convencer para el trabajo de confección, sin conocerte, sin saber si estas interesada o no, sin saber  si te gusta confeccionar o si sabes hacerlo. No importa las razones por las que llegaste ahí, ven que eres una mujer aymara o de pollera y piensan que quieres trabajar, sobre todo están atentos de quienes son tímidas o están solas y las persiguen para convencerles, ofrecen dinero, pasajes, casa, todas las maravillas que la mayoría de las veces no son reales y saben hacer cruzar la frontera aunque no tengan documentos, tienen todo para atraparte y están listos con su taxi que cruza hacia la Argentina.
Fue la primera vez que visito una frontera y veo que está muy descuidada, abandonada y las autoridades no hacen nada contra el abuso que sufren allí las personas que tienen la necesidad de migrar.





miércoles, 16 de diciembre de 2015

CUANDO LA SALUD SERÁ UNA PRIORIDAD?


Por Armida Gómez
La falta de atención médica en el área rural es muy frecuente, la existente es de pésima calidad, la mayoría de las veces el personal médico y enfermeras no tienen experiencia.
Hace un mes atrás estuve en mi comunidad, Mollipongo, en la provincia Camacho, es un lugar con bastantes necesidades, entre ellas la salud. Mi mamá estuvo enferma, es una mujer de la tercera edad que se dedica a la agricultura, por eso tuve que ir a ayudarla.
Allá la gente tiene mucha confianza en la medicina tradicional, algunas hiervas medicinales calman el dolor momentáneamente, pero después, si una quiere tratarse de una enfermedad avanzada, tiene que saber bien lo que tiene y a partir de ello aplicarse medicina o hierbas, esto para saber qué cantidad de mate beber o la cantidad de pastillas, de lo contrario, podría haber una intoxicación, incluso puede suceder con hiervas.  
Cuando la gente quiere asistir a un centro médico, muchas veces tiene que esperar a que los médicos realicen exámenes de laboratorio, dependiendo de la complejidad, los resultados podrían llegar días después, en el campo a veces los estudios más simples tardan hasta dos días en ser entregados. Una de las razones es que esos centros no cuentan con laboratorios y tienen que enviar los análisis hasta la ciudad, para conocer el diagnóstico y recién poder medicar.
En mi comunidad existe una posta de salud donde no hay nada más que la infraestructura, en la provincia también hay un hospital distante a 8 kilómetros de la comunidad Mollipongo y hay que caminar a pie de 4 a 5 horas, porque no existe  transporte público que acerque a nadie al hospital, además siempre está cerrado, no hay personal permanente que atienda a la gente del pueblo, pese a que el responsable es lugareño. Solo en días de campañas para vacunación decretadas por el Ministerio de Salud el centro se abre, el resto del año no hay nada, es un espacio desperdiciado, y por ende, recursos que se han echado en saco roto.
Ya estando con mi mamá, visitamos la posta de salud de mi comunidad, pero como no encontramos respuesta, nos fuimos hasta la provincia que es más poblada y donde hay un pequeño hospital; lastimosamente tampoco encontramos a nadie que pueda atendernos, no me quedo otra opción que trasladar a mi madre hasta la ciudad de La Paz, aunque eso significó tiempo y dinero, recursos que no todos o todas tienen. Realmente sentí mucha rabia y decepción, porque por culpa de nuestros gobernantes debemos caminar de un lado al otro, una tiene que estar mendigando atención médica, algo que es fundamental para todos y todas, una agricultura o agricultor puede  morir sin recibir atención médica y aunque hay plata del Estado para construir prioritariamente nuevos palacios, organizar eventos, hacer teleféricos y plantas de energía nuclear,  no tenemos atención medica accesible y eso no les interesa a las autoridades que ahora están en el poder.



miércoles, 18 de noviembre de 2015

EL MAL DEL CÁNCER



Por María Pacosillo

El cáncer es una enfermedad que afecta a muchas y muchos. Nadie sabe lo que es vivir con cáncer, mientras no le toca esa enfermedad, lo peor, es que quienes más lo padecen, por no poder acceder a la medicina, es la gente de bajos recursos.

Según estudios científicos, las y los humanos en general, tenemos en estado latente este mal, y debido a muchos factores, es que las células cancerígenas que viven en nuestro cuerpo, y que están pasivas, se activan.

El pasado mes de octubre se celebró el Día Internacional de la Prevención en Contra del Cáncer, e incluso se organizaron campañas y festivales para recaudar fondos, para comprar un acelerador lineal, que sirva para diagnosticar a las personas a tiempo y con precisión, para prevenir el avance de la enfermedad.

En las comunidades, las mujeres que padecen, por ejemplo, de cáncer de mama, de cuello uterino, no son atendidas adecuadamente ni con rapidez en  los hospitales, en muchos de ellos apenas existen aspirinas y algunas vendas para curar heridas o lesiones leves. No se encuentran médicos o medicas con experiencia, y eso despierta la desconfianza de la población, por ello la gente prefiere ya no ir en busca de ayuda en los centros de salud. Muchas veces la gente se muere sin saber la causa real, porque nunca han visitado esos centros de salud, que además, están lejos de donde viven.

La vergüenza y el miedo son otros factores para no ir de visita al doctor, ya que las mujeres en el campo son bastante tímidas, no quieren que nadie mas que sus esposos les revisen, esto porque su entorno mismo les hacen creer que es algo malo, o temen que les puedan dar un diagnostico muy malo. Esa gente, la gente de los pueblos, casi no entra en las estadísticas que presenta el Ministerio de Salud, donde hay gran cantidad de gente enferma de cáncer, pero no son las cifras reales, hay muchas mas personas enfermas de las que se imaginan, pero aun así, el encontrar una solución para ellos y ellas, no es prioridad.

No debemos ser indiferentes ante esta enfermedad ya que esta no discrimina, seas rica o pobre, igual no más, cuando te toca, te toca.