lunes, 4 de mayo de 2015

EL TRUEQUE



Por Yola Mamani

El trueque antiguamente era común en las áreas rurales andinas, desde tiempos precolombinos; las personas intercambiaban lo que producían en sus tierras. Así, por ejemplo, las y los habitantes de tierras bajas producían madera, yuca, plátano entre otros alimentos, artículos de trabajo y materia prima. En tierras altas, en el Altiplano, producían papa, chuño, haba, trigo y otros, y en el valle abundaban variedades de apetitosas frutas. Todo era llevado al mercado para el intercambio, porque así se abastecían los pueblos cuando el dinero no tenía la importancia de hoy y cuando los ingresos económicos eran inexistentes o insuficientes, como sigue ocurriendo ahora.

El trueque también era una manera de fomentar el crecimiento de los diversos pisos ecológicos del país; pero representaba además un continuo intercambio de conocimientos, lo que enriquecía las experiencias en la agricultura.

Nuestros abuelos y abuelas intercambiaban sus productos de igual a igual, con medidas convenidas por ambas partes, podían ser costales, platos de barro, sombreros, latas, canasta o ch’ala, que es un montoncito del mismo tamaño por similar producto. Así si te daban papa, recibías la misma cantidad de yuca, por ejemplo, es decir que el trueque implicaba también que los productos tengan similares características.

Esta práctica favorecía a las y los agricultores que no precisaban necesariamente dinero para adquirir productos que no tenían en sus tierras; además era una forma de fomentar el respeto y la reciprocidad. Solía hacerse con más frecuencia en las ferias rurales dominicales, quincenales y anuales, según la época. También se extendió, en menor medida, a las ciudades, de la mano de personas emigrantes, sobre todo entre amigas, vecinas, comadres. Esto puede verse en la ciudad de El Alto, pero de manera esporádica.

Hoy en día el trueque o intercambio de productos se mantiene en pequeñas comunidades, como las que están próximas al lago Titicaca; también en algunas provincias como Omayusus, por ejemplo en Achacachi, Warisata, y otras. Las y los pobladores suelen intercambiar pescado fresco y seco, habas, maíz, oca, papa, chuño, arveja, trigo, quinua, por sal, por frutas variadas, por arroz y otros.

Sin embargo, con mucha pena debo contarles que a pesar del discurso de descolonización y de recuperar lo que nos han enseñado nuestros abuelos y abuelas, la práctica del trueque se ha tergiversado y está ocasionando un gran perjuicio a quienes abastecen de alimentos a las ciudades.

Seguramente siempre hubo gente que trataba de aprovecharse de la buena fe de las y los agricultores, pero esto ha ido en aumento, sobre todo porque quienes se quedan en el campo son personas ancianas que no tienen como defenderse. Ahora, se están beneficiando las y los intermediarios, comerciantes urbanos y propietarios de restaurantes que están recurriendo a esa milenaria práctica y que se trasladan a las ferias rurales. Estas personas, que tienen el objetivo de ganar lo más que puedan, se están aprovechando vilmente de las y los pequeños agricultores que no tienen posibilidades de llevar su producción a las ciudades. A cambio de productos altamente nutritivos como quinua y papa, por ejemplo, les dan fideos chinos de preparación instantánea, enlatados abollados y con fechas vencidas, gaseosas, incluso frutas prácticamente podridas y pan enmohecido.

Estas personas inescrupulosas primero piden el producto y lo revisan con cuidado para cerciorarse de que esté en buen estado; luego entregan sus productos dañados sin dejar siquiera que sean revisados. Cuando las y los agricultores se dan cuenta del engaño y les reclaman reciben como respuesta gritos e insultos en español, y no les queda más que callar sobre todo porque, en su mayoría, son abuelas y abuelos. ¿Quién controla lo que se consume en las áreas rurales?
 
Una abuela me contó que una vez unas intermediaria llegaron en carro en plena época de cosecha y les cambiaron arrocillo con excremento de ratón por papa; como les dieron bolsa cerrada no pudieron verificar la calidad de lo que recibían. Eso es inadmisible. Mucha gente en el campo ya ve esto como algo normal. ¿Eso es vivir bien? En tiempos de una supuesta descolonización y de recuperar lo que nuestros abuelos y abuelas nos han enseñado, lo peor de las ciudades está inundando las áreas rurales y estamos envenenando a quienes nos entregan lo mejor de sus cosechas y abastecen de alimentos a las ciudades.

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