Por Victoria Mamani
El carnaval
era una festividad eminentemente cristiana y contenía un profundo sentido
religioso. Por lo tanto, el carnaval está incluido en el año litúrgico. Luego
del domingo de tentación, continúa la cuaresma, etapa en la cual las personas debían
arrepentirse de sus pecados con el ayuno y abstinencia hasta llegar a la Semana
Santa; y por último, al domingo de resurrección donde finaliza
la cuaresma y comienza
la liturgia del triunfo de Cristo. Eso según la religión católica.
El Carnaval
se festeja en todo el territorio boliviano según las costumbres que tiene cada una de las
regiones.
En la
actualidad, hay un sincretismo cultural donde las costumbres originarias han
sufrido variaciones, ya que los elementos con que se challaban antes como las
flores naturales, frutas, adornos hechos con lanas de colores y otros, se han
cambiado por globos, serpentinas misturas, adornos de plástico, pinturas y
espumas, elementos que son muy contaminantes. A pesar de ello, el deseo es el
mismo “que la ch´alla nos traiga felicidad y prosperidad”.
Hoy la ch’alla
es una tradición que pasó del área rural andina a la urbana y gracias a la
migración ahora se practica en la mayor parte del país. La deferencia está en que
en el área rural la gente ch’alla en comunidad sus cultivos, la tierra que les
cobija, como una forma de compartir con la naturaleza, en armonía con los demás
seres y sentir el bienestar en sus hogares. Es una forma de relacionamiento
social entre el hombre y la Pachamama. Ella es parte fundamental de la creencia
del mundo andino, donde todas las cosas tienen vida y por tanto el ser humano
debe mantener un fuerte contacto con ella.
En el área
urbana se ch’alla lo material, la casa, auto, empresas, puestos de venta; el
ritual es más individualista; ahí se demuestran el poder económico que posee
cada familia, hay derroche de alcohol sin importar la molestia que causan a
otros, incluso a sus propios hijos e hijas pequeñas.
En la urbe
paceña cada año se organiza la entrada de Jisk’a Anata, donde bailan las
comparsas de ch’utas, pepinos y otras danzas como caporales, morenada, que para
mí nada tienen que ver con la entrada de Jisk’a Anata.
Lo malo de
esta entrada es que se ha mercantilizado, antes una se sentaba en las aceras y
veía las comparsas tranquila, pero ahora hay que pagar hasta por el espacio. Por
ejemplo el lunes de Jisk’a Anata estuve por la avenida Montes y quienes comercializan
con los espacios cerraron con sillas toda la avenida de subida y cobraban 50 o
60 bolivianos por cada asiento y ni siquiera podías quedarte para unos minutos
pues empezaban a gritar.
No sé por
qué la alcaldía permite que estas fiestas
se conviertan en un negocio para algunos, si se supone que este tipo de
celebraciones son para recuperar nuestras tradiciones y costumbres. Ojala haya
una regulación al respecto y que todos y todas podamos disfrutar y preservar
nuestras tradiciones sin restricciones económicas.